Mi experiencia con la Clínica Baren y Miguel Ángel Barber

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En un post anterior te conté el alivio con el que salimos mi pareja y yo de la Clínica Baren tras haber confirmado que nuestro embarazo iba bien y que, muy al contrario de como nos lo habían pintado en el Materno Infantil, el niño no presentaba ningún rasgo que hiciera sospechar de un posible Síndrome de Down. Asimismo, te expliqué que me encontraba en busca y captura de un ginecólogo que asistiera mi parto, después de haber pasado una mala experiencia con uno al que muchas chicas ponían por las nubes. Pues bien, en ese momento no quise decir abiertamente el nombre del «profesional». No sé muy bien por qué, pero echando la vista atrás, creo que debo hacerlo. Siento que es una obligación moral el ponerle nombre y apellidos a esa persona para evitar que también te pase a ti o, al menos, vayas prevenida de lo que puede pasar.

Tras esta primera visita a la Clínica Baren, estuvimos barajando la opción de solicitar que uno de sus ginecólogos fuera el que me asistiera en el parto. En concreto, Miguel Ángel Barber.

Buscamos mucha información sobre él en internet y la verdad es que todos los comentarios eran buenísimos. Que si «ha salvado mi vida y la de mi bebé» que si «me he puesto en las mejores manos»… La clínica era preciosa, el trato de los trabajadores fue muy profesional y el ecógrafo ofrecía unas imágenes estupendas. Bien es cierto que la actitud del ginecólogo no es que nos convenciera del todo pero, bueno,  las críticas que leímos eran excelentes, así que nos animamos a hablar con él para ver qué le parecía la idea de dar la bienvenida a mi bebé.

Fuimos a la cita provistos de nuestro plan de parto y creo que le faltó poco para echarme de la consulta. Le expliqué que me había estado informando y que me gustaría que se tomaran en cuenta mis preferencias que, evidentemente, sabía que el plan de parto no era la Biblia sino una guía de referencia en el caso de que el parto fuera bien y sin complicaciones. Pero a él no le tuvo que gustar nada porque lo primero que hizo fue, con un tono bastante chulesco, preguntarme si yo le estaba diciendo cómo tenía que hacer su trabajo. Le volví a insistir en que en ese documento se recogía cómo quería que fuera la cosa en la medida de lo posible: evitar la episiotomía, intentar moverme sin monitorización continua, evitar el uso de fórceps. (Recalqué la palabra «evitar» que no significa «prohibido»). Su respuesta fue que los fórceps los usaba de manera habitual, «si no es esta semana, la siguiente», que eran algo normal y que el peso de la gravedad (es decir, ponerme de pie) no iba a facilitar el descenso del niño; que si tenía que hacer una Kristeller, la haría.

Comprenderás que no me gustaba nada ni lo que estaba escuchando ni la forma en la que se estaba dirigiendo a mí. Estaba bastante incómoda, pero la cosa empeoró. Me dijo, básicamente, que yo no iba a ser capaz de parir por mí misma. Sí, tal cual. Sus palabras fueron: «¿Y tú vas a ser capaz de parir? ¿Vas a ser capaz de estar empujando durante 45 minutos? Porque yo voy al gimnasio y me machaco todos los putos días. ¿Tú vas a empujar o vas a ser como todas que me dicen ‘Miguel Ángel, no puedoooooo'» (esto último con voz de niña tonta, burlándose de antiguas pacientes).

Mi marido y yo flipábamos en colores. ¿Este hombre no era una ginecólogo prestigioso? ¿Dónde están su profesionalidad y el respeto que le debe a aquellos que están pagando sus servicios? Pues como veía que no nos terminaba de convencer, optó por meter miedo. «¿Sabes que tu vida y la de tu hijo están en peligro? ¿Sabes que en los últimos 13 años han muerto 20 mujeres en la isla?» A lo que le pregunté que, según él, cuál era la mejor forma para dar a luz. ¿Su respuesta? «Tumbada boca arriba, con la epidural y leyendo el Hola». Y se quedó más ancho que el carajo.

Sobra decir que no volvimos más. Después de esa cita comprendí por qué tenía tan buenas críticas en internet. Se aprovechaba del miedo de las embarazadas al parto, a que haya complicaciones, a que algo salga mal y también de aquellas que, por el motivo que sea, prefieren la cesárea programada. Porque sí, porque es lo que mejor se le da, hacer cesáreas que, por otro lado, es lo que sale más caro. Es conocido por dejar unas cicatrices inapreciables. La cesárea es su especialidad y parece ser que le toca los pies que alguien le diga que quiere intentar un parto natural y respetado.

Sé que hay mujeres que piensan, de verdad, que están vivas gracias a él. Quizás sea cierto, tal vez haya habido algún parto complicadísimo que él haya conseguido salvar, pero mi experiencia es bien distinta. Para mí el trato que se le da a un paciente es fundamental, no se le puede despreciar de esa forma. Ahora bien, debo decir que me alegro de haber tenido esa charla porque, gracias a esa cita, pudimos descartarlo y ponernos en la búsqueda de otro ginecólogo más afín; de un profesional de verdad que no se burlara de una mujer cuando está embarazada y, por consiguiente, en un momento de máxima sensibilidad. Íbamos con miedo a que nos ocurriera lo mismo, a que pensaran que nos inmiscuíamos en su trabajo, pero tuvimos la suerte de encontrar a una gran persona que nos escuchó y que nos cuidó durante el parto. Porque, afortunadamente, no todos los ginecólogos son como Barber.

¿Y tú, has tenido una experiencia parecida con éste u otro ginecólogo? O, al contrario, ¿te han tratado bien y han respetado tu decisión de llevar un plan de parto? ¡Cuéntame!